LO QUE PIENSA TIETMEYER
No me gustaría haber venido hasta aquí para aportar una contribución puramente teórica. La ruptura de los vínculos de integración social que se pide a la cultura que repare es consecuencia directa de una política económica. Y se espera a menudo de los sociólogos que arreglen los platos rotos por los economistas. Así pues, en lugar de limitarme a proponer lo que se llama en los hospitales curas paliativas, intentaré plantear la cuestión de la contribución del médico a la enfermedad. Podría ocurrir, en efecto, que, en buena parte, las «enfermedades» sociales que deploramos fueran causadas por la medicina, a menudo brutal, que se aplica a quienes se pretende curar.
Por eso, después de leer en el avión que me llevaba de Atenas a Zurich una entrevista con el presidente del Bundesbank, al que se presenta como el «sumo sacerdote del marco alemán», ni más ni menos, quisiera ya que aquí, en un centro conocido por sus tradiciones de exégesis literaria, entregarme a una especie de análisis hermenéutico de un texto que encontraréis íntegramente en Le Monde del 17 de octubre de 1996.
Esto es lo que dice el «sumo sacerdote del marco alemán»: «El reto actual consiste en crear las condiciones que favorezcan un crecimiento sostenido y la confianza de los inversionistas. Es preciso, pues, controlar los presupuestos públicos [...]» O sea -sea más explícito en las frases siguientes-, enterrar cuanto antes el Estado social, y, entre otras cosas, sus dispendiosas políticas sociales y culturales, para tranquilizar a los inversionistas, que preferirían ocuparse ellos mismos de sus inversiones culturales. Estoy seguro que a todos ellos les gustan la música romántica y la pintura expresionista, y estoy convencido, asimismo, aun sin conocer al presidente del Bundesbank, de que, en sus ratos libres, al igual que el director de nuestro banco nacional, el señor Trichet, lee poesía y practica el mecenazgo. Sigo: «[...] Es preciso, pues, controlar los presupuestos públicos, bajar las tasas y los impuestos hasta que alcancen un nivel soportable a largo plazo [...]» Lo que debe entenderse así: bajar el nivel de las tasas y los impuestos de los inversionistas hasta que le resulte soportables a largo plazo, lo que evitará, por una parte, que se desanimen, y, por otra, que se vayan con sus inversiones a otra parte. Prosigo mi lectura: «[...] reformar los sistemas de protección social [...]» Es decir, enterrar el Estado de bienestar y sus prácticas de protección social, que tienden a socavar la confianza de los inversionistas, a suscitar su legítima desconfianza, convencidos como están, en efecto, de que sus conquistas económicas -si se habla de conquistas sociales, también se puede hablar de conquistas económicas-, es decir, sus capitales, no son compatibles con las conquistas sociales de los trabajadores, y de esas conquistas económicas deben, evidentemente, ser protegidas a cualquier precio, aunque ello implique reducir las escasas conquistas económicas y sociales de la gran mayoría de ciudadanos de la Europa futura, los mismo que en diciembre de 1995, durante las huelgas, fueron llamados ricos, privilegiados, una y otra vez.
El señor Hans Tietmeyer está convencido de que las conquistas sociales de los inversionistas -es decir sus conquistas económicas- no sobrevivirían a una perpetuación de los sistemas de protección social. Así pues, se trata de sistemas que hay que reformar urgentemente, porque las conquistas económicas de los inversionistas no pueden esperar. Y, para demostrar que no exagero, sigo leyendo al señor Hans Tietmeyer, pensador de altos vuelos, que se sitúa en la gran tradición de la filosofía idealista alemana: «[...] Es preciso, pues, controlar los presupuestos públicos, bajar las tasas y los impuestos hasta que alcancen un nivel soportable a largo plazo, reformar los sistemas de protección social, desmantelar las rigideces que pesan sobre los mercados de trabajo, porque sólo se logrará entrar en una nueva fase de crecimiento si hacemos un esfuerzo» -el «hacemos» es magnífico- «por flexibilizar los mercados de trabajo.» Ya está. El señor Tietmeyer ha llegado a donde quería llegar, y, en la gran tradición del idealismo alemán, nos ofrece un magnífico ejemplo de la retórica eufemística que hoy día es de uso común en los mercados financieros: el eufemismo es indispensable para suscitar una confianza duradera por parte de los inversionistas -que, como debe haber quedado claro, es el alfa y la omega de todo el sistema económico, el fundamente y el objetivo último, el télos, de la Europa del futuro-, pero evitando cuidadosamente provocar la desconfianza o la ira de los trabajadores, con los que, pese a todo, hay que contar si se quiere lograr entrar en esa nueva fase de crecimiento que se les ofrece como señuelo, pues son los que han de realizar el esfuerzo indispensable para conseguirlo. Y es que, pese a todo, sigue esperándose de ellos ese esfuerzo, aunque el señor Hans Tietmeyer, decididamente convertido en maestro del eufemismo, diga: «[...] desmantelar las rigidices que pesan sobre los mercados de trabajo, porque sólo se logrará entrar en una fase de crecimiento si hacemos un esfuerzo por flexibilizar los mercados de trabajo.» Espléndido ejercicio retórico, que podría traducirse así: ¡Ánimo, trabajadores! ¡Hagamos entre todos el esfuerzo de flexibilización que se os pide!
En lugar de hacerle, imperturbable, una pregunta sobre la paridad exterior del euro y sus relaciones con el dólar y el yen, el periodista de Le Monde, preocupado asimismo por no desanimar a los inversionistas, que leen su periódico y son excelentes anunciantes, hubiera podido preguntarle al señor Hans Tietmeyer el sentido que da a las expresiones clave de la lengua de los inversionistas: rigideces de los mercados de trabajo y flexibilización de los mercados de trabajo. Si los trabajadores leyeran un periódico tan indiscutiblemente serio como Le Monde, entenderían al punto lo que hay entender: trabajo nocturno, trabajo durante los fines de semana, horarios irregulares, más presión, más estrés, etcétera. Como puede verse, «sobre los mercados de trabajo» funciona como una especie de adjetivo atributivo susceptible de unirse a cierto número de palabras, y podría tenerse la tentación, para medir la flexibilidad del lenguaje del señor Hans Tietmeyer, de hablar, por ejemplo, de «flexibilización de los mercados financieros» o de «rigideces que pesan sobre los mercados financieros». Lo insólito que nos resultaría oír semejantes expresiones en boca del señor Hans Tietmeyer induce a suponer que nunca ha pasado por su mente la idea de «desmantelar las rigideces que pesan sobre los mercados financieros» o «hacer un esfuerzo por flexibilizar los mercados financieros». Lo que permite pensar que, contrariamente a lo que puede hacer el plural «si hacemos un esfuerzo» del señor Hans Titmeyer, ese esfuerzo de flexibilización se pide a los trabajadores, y sólo a ellos, y que sólo a ellos, también, se dirige la amenaza, próxima al chantaje, implícita en la frase: «[...] porque sólo se logrará en una nueva fase de crecimiento si hacemos un esfuerzo por flexibilizar los mercados de trabajo.» En otras palabras: abandonad ahora vuestras conquistas sociales, para evitar que los inversionistas pierdan la confianza, en nombre del futuro crecimiento que esos nos aportará. Una lógica muy conocida por los trabajadores implicados, que, para resumir la política de participación que les ofrecía en otras épocas el gaullismo, decían: «Tú me das tu reloj, y yo te doy la hora.»
[CONTINUA EN EL SIGUIENTE POST]
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